I.
no necesariamente que las plantas de los pies se tornen violáceas y el mudra se introduzca suavemente por el ombligo sin moverse de los dedos en hueco cubriéndose de sudor el pecho y plegándose la frente sobre los párpados y ambos sobre la nariz y la boca cual origami de rostro aletargado no necesariamente optará este placentero conglomerado por incluir como correlato suyo fiesta sorpresa goce inesperado furtivamente gestado entre las sábanas pulcras de la monotonía lingüística no necesariamente acontecerá entonces que quede claro la irrupción de una palabra igualmente húmeda plegada y agujereada de modo tal que uno pueda por ocio o por vicio manosearla hasta el sinsentido y repetirla hasta la tachadura confiado de que la magnífica exhibirá tarde o temprano sus pliegues y saldrá ilesa de la trama tejida ostentando su cuerpecito limpio de signos de lo vivido suponiendo en todo caso que la heroína exista conversaran mis vecinas otra eternidad de tres o diez o setecientos días ahora de lo contrario se preguntarán qué tanto pesan las palabras que no se dejan barrer che será posible como las hojas secas inquietud ésta tan ingenua como la de contradecir el mushotoku* con la esperanza intrépida de que el sudor devenga un único poro gigante a través del cual las ficciones pasen desligándome del agotador deporte perversamente cotidianeizado de nadar en ellas
Nadar por nadar no es lo mismo que nadar para no ahogarse.
* sin meta ni espíritu de provecho
VI.
y como los lunes eran de descanso sin tarea programada sin zazen sin horario a la tarde pedimos conocer la biblioteca y nunca podré recordar si los rostros reflejaron espanto o sorpresa ¡la biblioteca! el desfile de títulos que gritaban ¡no es esto! pero se nos adherían a los dedos sólo uno cada uno recortar el deseo hasta hacerlo maleable y sentarse a leerlo sobre las piedras entibiadas por el sol hasta que se tornara absurda la voluntad de malgastar así las manos cuando por ejemplo eran más necesarias para el circuito de riego que debía alimentar el cultivo o para la vida del fuego que debía conservarse si queríamos bañarnos con agua caliente o para la comida que si queríamos comer debía hacerse y despegarse de la piel la chatedad de las hojas mirá cuán minúsculo acaba siendo el tejido de estas cuerdas hoy que reconozco la demanda de ratificación ridícula a través de la letra aún habiendo degustado de a uno los bordes de lo afásico en los míos dibujados con los mismos labios a los que retorno la reconozco no significando sino la cobardía cruda y manifiesta de jugar a rellenar los huecos donde sólo cabe cuerpo con la densidad algodonosa de la trama de un texto del texto que sea donde uno se vea huela posea donde se responda por qué y por qué no en un mismo renglón colmado de vestiduras métricas la reconozco no significando sino –lastimosa transliteración- el mero no saber cómo traducir eso que balbuciente se desprende de que acá donde yo estoy y casualmente también vos de que acá donde nosotros ni siquiera nombre soy ni quiero serlo
Insipideces
Esto tampoco es zen I, VI / février – avril 2011